Para mi hijo Colby,
Por hacerme
pensar día a día
En todo lo bueno de este mundo.
Dios te bendiga.
AGRADECIMIENTO
El monje
que vendió su Ferrari ha sido un
proyecto muy especial que ha visto a luz gracias al esfuerzo de gente que
también muy especial. Estoy profundamente agradecido a mi magnifico equipo de producción y a todos
aquellos que han hecho que este libro sea una realidad en especial a mi familia sharma Leadership
Internacional. Vuestro compromiso y sentido del éxito me conmueve de veraz.
Gracias
especiales:
A los
millares de lectores de mi primer libro, MegaLiving!, que tuvieron la bondad de
escribirme y compartir sus historia de éxito o asistir a mis seminarios.
Gracias por su apoyo y su cariño. Ustedes son la razón de que yo haga lo que
hago.
A Karen
Patherick, por sus inalcanzables esfuerzos para que este proyecto cumpliera los
plazos previsto. Mi amigo de adolescencia John Samson, por tus perspicaces
comentarios sobre el primer borrador, y a Mark
Klar y Tammy y Shareef por vuestra valiosa aportación al manuscrito.
A Úrsula
Kaczmarczyk, del departamento de justicia, por todo el apoyo.
A Kathi
Dunn por el brillante diseño de la cubierta. Creía que nada podía superar a Timeless Wisdom for Self-Mastery. Me
equivocaba.
A Mark Victor Hasnden, Rick Frishman, Ken Vegotsky, Bill Oultun y como
no, a Satya Paul Krishna Sharma.
Y, sobre
todo, a mis maravillosos padres, Shiv y Shashi Sharma, que me han
guiado y ayudado desde el primer día, a
mi hija, Bianca por su presencia y a
Alka, mi esposa y mejor amiga. Todos vosotros sois la luz que iluminan mi
camino.
A Iris
Tuphulme, Claude Primeau, Judy Brunsek, Carorl Bonet, y al resro del
extraordinario equipo de Haper Collis
por sau energía, entusiasmo y fe es este libro. Gracias muy especiales a
Carson, presidente de Haper Collis, por ser el primero en ver el potencial de
esta obra, por creer en mi y hacerlo posible.
La vida,
para mi, no es una vela que se apaga. Es más bien una esplendida antorcha que
sostengo en mis manos durante un momento, y quiero que arda con la máxima
claridad posible antes de entregarla a
futuras generaciones.
GEORGE
BERNARD HAW
UNO-EL
DESPERTAR
Se
derrumbo en mitad de una atestada sala
de tribunal. Era uno de los más sobresalientes abogados procesales de este
país. Eran un hombre tan conocido por los trajes Italianos de tres mil dólares
que vestía su bien alimentado cuerpo por
su extraordinaria carrera de éxitos y profesionales. Yo me quede allí de pie,
conmocionado por lo que acababa de ver. El gran Julián Mantle se retorcía como un niño indefenso
postrado en el suelo, temblando,
tiratando y sudando como un mecánico.
A partir
de allí todo empezó a moverse como a
cámara lenta. “Dios mío – grito su ayudante, bríndanos con su emoción un
cegador vislumbre de lo obvio- Julia esta en apuros ¡” La jueza , preza del
pánico, mustio alguna cosa en el teléfono privado que había instalo por si
surgía alguna emergencia. En cuanto a
mi, me quede allí parado sin saber que hacer.
No te me mueras ahora, hombre, rogué. Es demasiado pronto para que te
retires. Tú no mereces morir de esta forma.
El
alguacil, que antes había dado la impresión de estar embalsamado de pie, dio un
brinco y empezó a practicar al héroe caído la respiración asistida. A su lado
estaba el ayudante del abogado (sus largos risos rozaban la cámara amoratada de Julián), ofreciéndoles suaves
palabras de animo, palabras que sin duda
el no podía oír.
Yo había
conocido a Julián Mantle hace diecisiete años, cuando uno de sus socios me
contrato como interino durante el verano siendo yo estudiante de derecho. Por
aquel entonces Julián lo tenia todo, era un brillante, apuesto y temible
abogado con delirio de grandeza, Julián
era la joven estrella del bufete, el gran hechicero. Todavía recuerdo una noche
que estuve trabajado en la oficina y al pasar en frente a su regio despacho
divise la cita que tenia enmarcada en su escritorio de roble macizo. La frase
pertenecía a Winston Churchill y evidenciaba que clase de hombre era Julián.
Estoy
convencido de que este día somos dueños de nuestro destino, de que la
tarea que se nos ha impuesto no es superior a nuestras fuerzas, que sus
acometidas no están por encima de lo que soy capaz de soportar. Mientras
tengamos fe en nuestra causa y una indeclinable voluntad de vencer, la victoria
esta a nuestro alcance.
Julián,
fiel a su lema, era un hombre duro, dinámico y siempre noticia de primera
pagina. Los ricos y los famosos se
arrimaban a el siempre que necesitaba
los servicios de un soberbio estratega con un deje de agresividad. Sus actividades extracurriculares también eran
conocidas: las vistas nocturnas a los mejores restaurantes de la ciudad
con despampanantes top-models, las escaramuzas etílicas con la
bulliciosa banda de brókers que el llamaba su –equipo de demolición- tomaron
aires de leyenda entre sus colegas.
Todavía no
entiendo por que me eligió a mi como ayudante para aquel sensacional caso de
asesinato que el iba a defender durante
ese verano. Aunque me había licenciado en la facultad de derecho de Harvard, su
alma mater, yo no era ni de lejos el mejor interino del bufete y en mi árbol
genealógico no había el menor rastro de sangre azul. Mi padre se paso la vida como guardia de
seguridad en una sucursal bancaria tras una temporada en los marines. Mi padre
creció anónimamente en el Bronx
El caso es
que me prefirió a mi antes que a los que habían cabildeado calladamente para
tener el privilegio de ser su factótum legal en lo que se acabo llamado –el no
va mas de los procesos por asesinato-.
Julián dijo que le gustaba mi –avidez-.
Ganamos el caso, por supuesto, y el ejecutivo que había sido acusado de
matar brutalmente a su mujer estaba ahora en libertad (dentro de le que le
permita su desordenada conciencia, claro
esta).
Fue mucho
mas que una clase sobre como plantear una
deuda razonable allí donde no la había;
eso podía hacerlo cualquier abogado que se preciara de tal. Fue mas bien
una lección sobre la psicología del triunfo y una rara oportunidad de ver a un
maestro en acción. Yo me empape de todo como una esponja.
Por
invitación de Julia, me quede en el bufete en calidad de asociado y pronto
iniciamos una amistad duradera. Admitió que no era fácil trabajar con el. Ser
ayudante solía convertirse en un ejercicio de frustración, lo que comportaba
mas de una pelea o gritos a altas horas de la noche. O lo hacías a su modo o te
quedabas en la calle. Julián no podía equivocarse nunca. Sin embargo bajo
aquella irritable envoltura había una persona que se preocupaba de verdad por
los demás.
Aunque
estuviera muy ocupado, el siempre preguntaba por Jenny, la mujer a quien sigo
llamando –mi prometida-pese a que nos casamos antes de que yo empezara a
estudiar leyes. Al saber por otro
interino que yo estaba pasando a puros económicos, Julián se ocupo de que me concedieran
una generosa beca de estudios. Es
verdad que le gustaba ser impecable con sus colegas; pero jamás dejo de lado a
un artigo. El verdadero problema era que Julián estaba obsesionado con su
trabajo.
Durante
los primeros años justificaba su dilatado horario afirmando que lo hacia –por
bien del bufete- y que tenia previsto
tomarse un mes de descanso –el próximo invierno- para irse a las islas Caimán. Pero el tiempo pasaba y, a media que
existía su forma de abogado brillante, su cuota de trabajo no dejaba de
aumentar. Los casos eran cada vez
mayores y mejores, Julián, que era de los que nunca se amilanan, continuo
forzado la maquina. En sus escasos momentos
de tranquilidad, reconocida que no era capaz de dormir mas de dos horas seguidas sin despertar sintiéndose culpable de no estar trabajando en un caso. Pronto me di cuenta de que Julián le consumía
la ambición: necesitaba mas prestigio, mas gloria, mas dinero.
Sus
éxitos, como era de esperar, fueron en aumento.
Consiguió todo cuanto la mayoría
de la gente puede desear: una reputación profesional de campanillas de ingresos millonarios, una mansión espectacular en el barrio preferido de los famosos, un
avión privado, una casa de vacaciones en
una isla tropical y su mas preciada precisión: un reluciente Ferrari rojo
aparcado de su camino.
Opciones
del adversario, ahora derrochaba un sarcasmo mordaz que ponía aprueba la
paciencia de unos jueces que antes le
consideraban un genio del derecho
penal. En otras palabras, la chispa de
Julián había empezado a fallar.
No era
solo su frenético ritmo vital lo que le hacia candidato a una muerte
prematura. La cosa iba más allá, parecía
un asunto de cariz espiritual. Apenas pasaba un día sin Julián me dijese que ya no se apasionaba por su trabajo, que se sentía rodeado de
vacuidad, decía que de joven había disfrutado
con su trabajo, pese a que se había visto abocado a ello por los intereses de su familia. Las complejidades de la ley y sus retos intelectuales le habían
mantenido lleno de vigor. La capacidad
de la justicia para influir en los cambios
sociales le había motivado e inspirado.
En aquel entonces, el era mas que un simple chico rico de Connecticut.
Se veía así mismo como un instrumento de la reforma social, que podía utilizar
su talento para ayudar a los demás. Esa
visión dio sentido a su vida, le daba un objetivo y estimulaba sus esperanzas.
En la
caída de Julián había algo más que una
conexión oxidada con su modus vivendi. Antes de que yo empezara a trabajar en
el bufet, el había sufrido una gran tragedia.
Algo realmente monstruoso le había sucedido, según decía uno de sus
socios, pero no conseguí que nadie me lo
contara.
Incluso el viejo Harding, celebre por su locuacidad, que pasaba más
tiempo en el bar del Ritz-Carlton que en
su amplio despacho, dijo que había jurado guardar el secreto. Fuera este cual
fuese, yo tenia la sospecha de que, en cierto modo, estaba contribuyendo al declive de Julián.
Sentía curiosidad, por supuesto, pero sobre todo quería ayudarle. Julián
no solo era mi mentor, sino mi amigo.
Y entonces
ocurrió: el ataque cardiaco devolvió a la tierra al divino Julián Mantle y lo asocio de nuevo a su calidad de mortal. Justo en medio de la sala numero
siete, un lunes por la mañana, la misma sala de tribunal donde el había ganado el –no va mas los
procesos por asesinato-.
Si me
percate de las señales de una caída inanemente fue, no por que mi percepción fuera mayor que la del resto del bufete, sino simplemente porque yo
era quien pasaba mas horas con el.
Siempre estábamos juntos porque siempre
estábamos trabajando, y a un ritmo que no parecía menguar. Siempre había otro
caso espectacular en perspectiva. Para Julián
los preparativos nunca eran suficientes. ¿Qué pasaría si el juez hacia tal o
cual pregunta, no lo quisiera Dios? ¿Qué pasaría si nuestra investigación no era del todo perfecta? ¿y si le
sorprendieran en mitad de la vista como
al ciervo segado como el resplandor de unos faros? Al final, yo mismo me vi
metido hasta el cuello en su mundo de trabajo. Éramos dos esclavos del reloj,
metidos en la sexagésimo cuarta planta de un monolito de acero y cristal mientras
la gente cuerda estaba en casa con sus
familias, pensando que teníamos al mundo agarrado por la cola,
cegados por una ilusoria versión
del éxito.
Cuanto más
tiempo pasaba con Julián, mas me daba
cuenta de que se estaba hundiendo
progresivamente. Parecía tener un deseo
de muerte. Nadan le satisfacía.
Al final
su matrimonio fracaso, ya no hablaba con
su padre y, aunque lo tenia todo, aun no
había encontrado lo que estaba buscando.
Y eso se le notaba emocional, física y espiritualmente.
A sus cincuenta
y tres años, Julián tenía aspecto de septuagenario. Su rostro era un mar de arrugas, un tributo nada glorioso a su implacable enfoque existencial en general y al tremendo estrés
de su vida privada. Las cenas a altas horas de la noche un cognac tras otro,
le habían dejado más que obeso.
Se quejaba
constantemente de que estaba enfermo y
cansado de estar enfermo y cansado. Había perdido el sentido del humor
y ya no parecía reírse nunca. Su carácter antaño
entusiasta se había vuelto mortalmente
taciturno. Creo que su vida había perdido el rumbo.
Lo más
triste, quizá, fue que Julián había perdido
también su pericia profesional. Así
como antes asombraba a todos los
presentes con sus elocuentes y herméticos alegatos, ahora se demoraba horas hablando, divagando sobre oscuros casos que poco o nada
tenían que ver con el que se estaba viendo. Así como antes reaccionaba
graciosamente a las.
No hay comentarios:
Publicar un comentario